Normalmente oímos la consigna de que “hay que salvar el planeta”. Pero el planeta no va a desaparecer. Lo que va a hacerlo es la vida en él tal y como la conocemos, si no ponemos fin al capitalismo, un sistema que demuestra cada vez más su carácter depredador y despilfarrador de recursos y destructor de ecosistemas. Un sistema, el capitalista, que ante esta nueva crisis vuelve a amenazar a la Humanidad con sus dos bestias: el fascismo y la guerra.
Y cuando decimos que va a acabar con la vida, hay que especificar que especialmente, con las de la clase trabajadora, la de quienes trabajamos sin descanso, la de quienes apenas llegamos a fin de mes. La de quienes somos más vulnerables ante las catástrofes provocadas por eventos meteorológicos extremos como la DANA, ante la carestía que provoca la escasez de materiales que han sido depredados, o la sequía, en el caso de los alimentos. La de quienes vivimos en casas peor preparadas para soportar las olas de calor. Las de quienes tenemos todo que perder y nada que ganar con el rearme y la escalada bélica antihumana, antisocial y antiecológica.
La crisis climática es lucha de clases, y en ella, si no nos organizamos y luchamos, demostrando que somos la mayoría, seguiremos sin apenas decidir nada, pero pagándolo todo cuando vienen mal dadas.
Mientras las grandes empresas destruyen ecosistemas, mientras una minoría de la población despilfarra recursos y contamina con su consumo de lujo, la mayoría de las instituciones gestionan esta crisis al servicio del capital, y nos piden a nosotras y a nosotros, a la clase trabajadora que reciclemos, que consumamos verde, que nos sintamos culpables.
Salvarnos de la crisis climática implica repartir el trabajo, repartir la producción, y transformar cómo vivimos y para qué producimos democráticamente, en un mundo finito de recursos finitos cada vez más escaso, frente a la distopía capitalista del “sálvese quien pueda” y del “se iban a morir igual”.
No se trata de adaptarnos al desastre, sino de cambiar de sistema para poner la vida en el centro, para que la vida tenga sentido.