El PCE apoya las movilizaciones pacíficas y democráticas que millones de personas están realizando en todas las ciudades de Argelia desde el pasado 22 de febrero. Nuestro análisis es el siguiente:
Los antecedentes históricos, desde su lucha por la independencia de Francia conceptúan a Argelia como un país socialista y antiimperialista. No en vano, encabezó la Conferencia de Países no Alineados, defendió y sigue defendiendo el derecho a la soberanía del pueblo palestino, fueron los defensores del Frente Polisario y del pueblo saharaui frente a Marruecos, nacionalizaron el petróleo, repartieron las tierras… Además, aún a día de hoy se mantienen conquistas sociales como la educación y la salud gratuita, la subvención estatal de productos de primera necesidad y la entrega de viviendas a quienes no pueden comprarlas. Pero Argelia empezó a cambiar y mucho a partir de la muerte de su segundo presidente Houari Boumedian (considerado un izquierdista, murió con 49 años y las sospechas públicas de asesinato por envenenamiento) acabando el año de 1978.
Su sucesor, Chadli Bendjedid, inició un periodo de “reformas económicas”, bendecido por el FMI y el Banco Mundial; se procedió a la privatización de bienes del Estado (bienes inmobiliarios y tierras), de las empresas públicas, y a la derogación del monopolio del Estado sobre el comercio exterior. Estas reformas acabaron con la posibilidad del desarrollo de una economía industrial productiva y condenaron al país a la dependencia de la exportación de energías fósiles, pero sobre todo derivaron en una diferenciación social cada vez mayor entre una minoría social “rentista” enriquecida de forma escandalosa y una gran mayoría que se empobrece continuamente debido a las políticas liberales. La “apertura” económica se acompañó de la “apertura” política con la convocatoria de elecciones multipartidistas a finales de 1991 que ganó ampliamente el FIS (Frente Islámico de Salvación); El FLN entonces no reconoció la victoria electoral del FIS, y apoyado en el ejército inició una guerra civil que duró toda la década de los 90, conocida como la década negra. Es cuando emerge el actual presidente Bouteflika, que capitaliza el fin de la guerra civil, y profundiza las políticas de liberalización. Bouteflika, impulsa la modificación de la Constitución para eliminar el tope de dos mandatos presidenciales (su mandato caducaba en 2008); fue reelegido para un 4º mandato presidencial en 2014 después de haber sufrido un accidente cardiovascular a finales de 2013 que lo dejó inmóvil y prácticamente sin habla. Gobernados por una momia, (marioneta del poder profundo) mientras empeoraba la situación de pobreza social, el anuncio de que Bouteflika se presentaba a las elecciones para un 5º mandato desató un estallido popular de protesta que dura desde el pasado 22 de febrero.
El 4º mandato de Bouteflika coincidió, con el desplome de los precios del petróleo y el PIB que en 2014 fue de 213.810 millones de $, en 2017 había bajado a 167.560 millones de $, a pesar de una inflación media en torno al 6%. La alta tasa de natalidad en el país que ya alcanza los 40 millones, y su juventud, con una edad media de edad que no llega a 28 años ha aumentado las cifras oficiales de paro, oficialmente del 12% pero con más del 50% de la población ocupada en la economía informal; la Liga Argelina para la Defensa de los Derechos Humanos, informaba a fínales de 2015 que "… los pobres representan el 35% de la población argelina, una estimación de alrededor de catorce millones de personas de los cuarenta millones de argelinos".
La apuesta por el 5º mandato, ha sido el detonante de una mezcla explosiva que existía latente y que ha devenido en la marea incontenible de millones de argelinos en la calle, pidiendo el fin de la corrupción, la igualdad social y la democracia. La movilización no está como en otros países árabes, determinadas por el “Islam político”; los más de 10 años de guerra civil, con cerca de 200.000personas muertas y una grave fractura social, acabó con esta opción y los acuerdos de reconciliación integraron a una parte de la insurgencia islamista dentro del clientelismo estatal.
Hay multitud de ejemplos en los eslóganes de las manifestaciones, del contenido de izquierda y democrático de éstas: los cánticos en las manifestaciones del himno nacional, cuya letra anticolonialista y antiimperialista, rinde homenaje al FLN, que es el partido al que actualmente quieren echar del poder; el entusiasmo popular con la asistencia de Djamila Bouherid a las manifestaciones, una mujer de 83 años que fue militante del FLN y que condenada a muerte, consiguió la libertad con la independencia y se convirtió en la primera presidenta de la Asociación de Mujeres Argelinas; las banderas palestinas, sumando sus protestas a la solidaridad con el pueblo palestino; las fotos del Che; la reivindicación de la igualdad con la asistencia masiva de mujeres a las manifestaciones del 8 de marzo, el recuerdo a los jóvenes que se lanzan al mar intentando llegar a Europa huyendo de la pobreza, muchos de los cuales perecen ahogados. El carácter absolutamente pacífico y festivo de las manifestaciones y la confraternización con las fuerzas de la policía ponen de manifiesto que esta batalla la ha ganado el pueblo argelino.
Dos peligros acechan al movimiento popular argelino, una vez que, prácticamente ha derrotado la maniobra continuista de la clase dominante. Por un lado, carece de instrumentos políticos para organizar la transformación social, ya que la mayoría de los partidos de la oposición son más de lo mismo que el gobierno, y los partidos de izquierda, apenas tienen presencia. Por otro lado, en un momento histórico de exacerbación de conflictos y guerras generadas por el ansia del imperialismo de dominar las fuentes de energías, las materias primas estratégicas y el control de zonas geoestratégicas, es seguro que intentarán reconducir el conflicto hacia un final que acabe con gobierno dependiente del imperialismo.
Pero el pueblo argelino ha decidido asaltar los cielos y como se canta en las calles, confiamos en que “el mañana será más hermoso que el ayer”.