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Continúa la lucha popular contra el neoliberalismo en Francia: los "gilets jaunes" siguen desafiando a Macron
5 de Enero de 2019

La crisis social y política que ha estallado en Francia con la revuelta de los chalecos amarillos es otro episodio del profundo malestar presente en toda Europa. Desde hace más de una década, la Unión Europea está gobernando una situación de emergencia social, para la que sólo ha impulsado leyes regresivas e impopulares destinadas a preservar los frutos de la codicia empresarial de un capitalismo mezquino incapaz de afrontar el futuro de la gente común. Como en las instituciones europeas, Macron llegó para entregar a los tiburones del mercado, a las empresas, los restos de la propiedad pública que subsisten de la cultura democrática y de los movimientos progresistas que modelaron la vieja Europa de posguerra; compareció ante los franceses para liquidar los sectores que permanecen en manos del Estado, para imponer y abrir vías de negocio y enriquecimiento para los empresarios.

Si el detonante para el inicio de la protesta de los chalecos amarillos fue el aumento del impuesto sobre la gasolina, las causas de la frustración popular se hallan en la profunda insatisfacción de los franceses ante el retroceso social y un incierto futuro. Macron optó por la represión policial, recurso tradicional de la derecha, aunque, ante la complicidad de buena parte del país con el movimiento de protesta, decidió anular el aumento del impuesto, y aprobó una pequeña ayuda para quienes perciben el salario mínimo y otras cosméticas decisiones de hipócrita compostura que no cambian el carácter reaccionario de su gobierno. Ese retroceso social expresado por la protesta de los chalecos amarillos, ha sido alimentado desde hace más de una década por gobiernos impopulares, y es ahora una consecuencia directa de las decisiones de Macron, lesivas para los trabajadores y las capas populares, y que, por el contrario, han favorecido a la gran burguesía: el gobierno de Macron aprobó la supresión del impuesto sobre la fortuna, la reducción al 30% del tributo fijo sobre ingresos de capital (la flat tax) desde el anterior 50%; añadidas a la reducción de ayudas sociales a los ciudadanos más pobres y al aumento de los impuestos para la población: las dificultades para los trabajadores, para muchos estudiantes y los jubilados, contrastan con los beneficios fiscales que Macron ha hecho a los grandes empresarios y fortunas, en una carrera que pretende disminuir el peso del Estado, de la sanidad, educación y servicios públicos, y seguir la senda de la privatización de las propiedades de sectores públicos.

El desempleo atenaza a casi la cuarta parte de los jóvenes, que contemplan un futuro de suburbio, mientras los empresarios se benefician de exenciones fiscales y tretas de ingeniería tributaria y fraude fiscal para reducir la contribución  a la que les obligan las leyes de la república, causando un grave perjuicio a los ingresos del Estado. El fraude fiscal que realizan las empresas francesas llega a casi cien mil millones de euros anuales: es la constatación del egoísmo social y de la irresponsabilidad de la burguesía. Como los chalecos amarillos, el liberalismo francés también clama contra los impuestos: pero, en realidad, exige reducciones fiscales para los empresarios y las grandes fortunas, mientras respalda los recortes sociales y el aumento de la presión fiscal sobre trabajadores y jubilados.

La crisis de la república francesa ilustra el fracaso de la política neoliberal que han seguido todos los gobiernos, desde Sarkozy y Hollande hasta Macron, y la insensatez de una voraz derecha política que incluso está incorporando propuestas de la extrema derecha de Marine Le Pen. En las últimas elecciones presidenciales, el espantajo xenófobo y fascista de Le Pen forzó a la población a optar entre la abstención y el voto a un Macron percibido como muro frente a la extrema derecha. Esa extrema derecha ha intentado apoderarse de la movilización de los chalecos amarillos, que si bien en su inicio contempló gestos minoritarios de xenofobia, después ha incorporado exigencias populares que están en consonancia con las demandas de la izquierda francesa, desde el aumento del salario mínimo a 1.500 euros, y de las pensiones más bajas a 1.200 euros, la limitación de los contratos temporales de trabajo, y de los precios abusivos de los alquileres, el mantenimiento en manos del Estado de las grandes infraestructuras del país, hasta la exigencia de un plan gubernamental para perseguir el fraude fiscal de empresas y grandes fortunas, entre otras reivindicaciones. No puede obviarse, tampoco, que la revuelta de los chalecos amarillos muestra también las dificultades de la izquierda francesa para canalizar y encabezar la rabia y la desolación que aprisiona a millones de trabajadores, jubilados y jóvenes. Los chalecos amarillos son una expresión de la profunda crisis social y política de Francia, y, más allá, de la política de austeridad impulsada por la Unión Europea que no ha hecho sino agravar la crisis, generando una sociedad de trabajadores precarios, de jubilados pobres, de jóvenes sin futuro.

El Partido Comunista de España expresa su convicción de que la nueva extrema derecha que ha surgido en el continente, el neofascismo de Le Pen, Salvini, Meuthen, Orbán y Kaczyński no puede ser la respuesta a la Europa de Merkel, Macron, May, Juncker y Draghi. El programa que impulsó Macron ha fracasado ya, porque sus propuestas no hacen sino profundizar la desesperanza, el abismo social que se abre ante las nuevas generaciones, en una Europa que se agota.

Ante esa Francia que palpita, el Partido Comunista de España expresa su solidaridad con la lucha de los trabajadores franceses, convencido de que una progresiva coordinación de los sindicatos y de los movimientos populares es imprescindible para detener la carrera hacia el desastre que se han empeñado en recorrer quienes dirigen los gabinetes de Bruselas, Frankfort, Berlín y París.

El fracaso de Macron interpela a Europa, y también a las fuerzas de izquierda del continente. La insistencia de los laboratorios ideológicos de la derecha neoliberal y de la prensa conservadora en presentar a los sindicatos y a los partidos de izquierda como los restos de un pasado que no pueden ya representar a los trabajadores, es una trampa que debe ser denunciada por las fuerzas progresistas, y, frente a ello, el Partido Comunista de España cree que es imprescindible el reforzamiento de las centrales sindicales en Europa, el fortalecimiento y renovación de la izquierda política, y la elaboración de programas de trabajo sindical y político, y plataformas electorales, que alumbren un nuevo ciclo de movilizaciones obreras y den satisfacción a las necesidades populares.

Categorías:  Área Internacional  |  Unión Europea

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